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Le alegra una desgracia...

Soy profesor de enseñanza media de un sector bajo o popular, como lo quieran llamar, dentro de la Región Metropolitana. A lo largo de mis años siendo profesor, me he topado con todo tipo de personas: tanto aplicados como algunos que necesitan más apoyo, de quienes vienen de casas totalmente desestructuradas como de aquellos que vienen de lugares muy estables. Siempre he tenido empatía con ellos, ya que todos merecemos nuestro lugar y todos somos seres humanos, que al crecer ya enderezarán, o eso espero. Pero todo cambió cuando conocí a un alumno en particular.

Este alumno viene de una casa medianamente estructurada y medianamente bien económicamente. Lo conocí hace 3 años cuando llegó a primero medio. Desordenado y grosero, el primer año se le llamó muchas veces la atención y varias veces al apoderado, el cual una vez fue su padre a amenazar al cuerpo docente, ya que su hijo no era tan malo y los profesores le dábamos color. Una vez fue su madre, que dijo que le hacíamos perder el tiempo, y una vez su abuela, que dijo que lo vería con sus padres. Realmente nunca tuvimos un cambio en el alumno para mejor, ya que siempre era todo para mal. Si algo se perdía en la sala, probablemente había sido él. Si había olor a cigarro u otras sustancias, probablemente era él. Si estábamos en dictado, no faltaba que él sacara un parlante y pusiera toda su música sin dejar hacer la clase, y nadie se le podía acercar a quitárselo. Pasó a segundo medio, el cual repitió. El día viernes 5 del presente mes de julio (fecha en la cual también tuvimos que volver de vacaciones de invierno), tuve una fuerte discusión con él en donde me amenazó con cobrar represalias contra mi vehículo si este año repetía de nuevo. Siempre veo algo de futuro o algo en lo que sean buenos mis alumnos, pero realmente siempre pensé que este alumno iría a la cárcel, o eso imaginaba. Al llegar el lunes a la escuela, me entero de que intentó hacer un portonazo junto a otros delincuentes y terminó perdiendo su vida a los 17 años de edad.

Por respeto, me fui a despedir de mi alumno menos favorito, dándome cuenta de que vivía en un ambiente totalmente influenciado por la narcocultura. A pesar de no tener falta económica ni familiares grandes, todo esto estaba avalado por sus progenitores, que, como en una novela turca, decían que su hijo no andaba en nada malo.

Mi confesión va en esto: me siento bien por lo que le pasó. Desde que este alumno dejó de ser parte de este mundo, las clases son más tranquilas, no hay música en clases, no hay insultos ni ofensas de parte de él. Me siento feliz de que ya no esté para hacer terrible la escuela, que creo que de nada le iba a servir. Me alegra lo que le pasó y así me deshago de él. Sé que mi vista es algo muy impopular, pero me lo quería sacar del corazón. Es solo un delincuente menos en las calles.



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