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Golpe de realidad

Hoy se cumplen exactamente 10 años desde el gran día de mi vida, mi titulación de la universidad, ese gran día que muchos jóvenes esperan para escuchar un 'aprobado'. No sabía que aquel día, contrario a lo que esperaba, significaría el comienzo de una pesadilla.

Se me ocurrió estudiar una de esas tantas carreras de dudosa sostenibilidad que ofrece el consejo de rectores en una U de la V Región costa. Como pueden imaginar, jamás encontré pega en el feble rubro de esa especialidad lo que derivó en una tonelada de problemas y sin pituto ni la ayuda de nadie, mucho menos de mis padres, típicos progenitores sobreexigentes que no permiten que sus hijos se equivoquen y que solo se dedican a criticar. Quizá suene descabellado decir que la educación superior chilena debería ir al Tribunal Constitucional, por lo bajo. Es obvio que si volviera a los 18, no estudiaría en la U por ningún motivo.

Sin ir más lejos, tanta falta de oportunidades llevó a la desesperación, tanta desesperación llevó a tomar malas decisiones, malas decisiones que derivaron en más desesperación, lo que a su vez derivó en un tremendo estrés el cual, por si todo lo anterior fuese suficiente, derivó en complicaciones de salud gravísimas que me dejaron con secuelas físicas terribles. Fue como pasar de estar mal a estar peor, tocar fondo con brutalidad, llover con rayos y granizo sobre mojado.

Por esos avatares benéficos e inexplicables del destino salí bien de todo eso; como que la vida quiso darme de mala gana otra oportunidad. Lo digo porque me lo puso todo 1000 veces más difícil que antes. El punto es que han pasado 10 años y sigo donde mismo; viviendo con mis padres siendo adulto (l@s que dicen que es matapasiones, efectivamente lo es, no tapemos el sol con un dedo, y a pesar de que eso no necesariamente signifique ser un cafiche porque no lo soy, de igual modo prefiero abstenerme de buscar pareja hasta salir del hoyo, si es que lo logro, pues no estoy dispuesto a seguir recibiendo más juicios de valor de los que ya he recibido). Estos señores tras la enfermedad desarrollaron un cierto sentido de la realidad que no tenían antes y se les ablandó considerablemente el corazón, permitiéndome vivir con ellos aun mientras salgo adelante, lo que me llevó a entenderlos y perdonarlos. De todos modos no hallo la hora de salir de aquí y vivir de modo independiente, hacer mi vida propia, cosa que veo a años luz de distancia aún.

Este afán de emancipación consume el 101% de mi tiempo actualmente, trabajando en lo que salga, matuteando, ahorrando, invirtiendo de a poco, ayudando en la casa, y absteniéndome de hacer cualquier cosa que suponga ser una distracción en esta empresa monstruosa que la vida me puso por delante (vacaciones, fiestas, citas, juntas con amigos), con todo en contra, cuesta arriba, limitaciones físicas, inestabilidad, menosprecio, sofocación, culpa, etc etc etc. A veces es tanta la desazón que llego a pensar que esa enfermedad debió matarme mejor.

10 años después y sigo estancado como nunca. Hay 3 cosas que no le deseo a nadie: el cáncer, un asalto y el estancamiento. Varias veces pensé en el suicidio, de hecho estuve a milímetros de hacerlo, y de no ser por un tipo que apareció de la nada y me dijo 'hermano, capaz que la solución a tus problemas llegue mañana y te vai a tirar del muelle hoy, no seai longi' no estaría redactando esta confesión. Me hizo mucho sentido esa frase a posteriori.

Sé que no soy el único que ha pasado por esto, sé que es una realidad silenciosa por la que mucha gente en su segunda juventud está pasando y trata de disimular encarnizadamente para evitar ser el blanco de burlas, desprecio y eventual rechazo por sus pares. Sólo espero no volver a pensar en la posibilidad del suicidio, esto último es una lucha constante conmigo mismo de todos los días, pido a Dios poder evitar tener ese pensamiento nuevamente. Sólo me queda apretar los dientes y luchar a capa y espada contra la vida, sacar fuerzas de donde sea, hasta encontrar la luz al final del túnel. Acaso la hay.



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