El amor que dura
Leí las historias de la colonia Flaño y la cadenita y quedé con el corazón apretado, así que quiero cambiar el switch con una alegre para aprovechar el solcito.
Estoy escribiendo esto desde la playa, con los pies en la arena, mirando a mi señora que se está bañando con nuestros nietos.
Nosotros también partimos a los 16, igual de pobres que los amigos de las otras historias. Mi primer regalo no me alcanzó ni para perfume ni para joyas; con suerte le invité un helado Centella, de esos de 100 pesos, compartido a medias en la plaza.
Han pasado casi 40 años. Pasamos hambre, cesantía, terremotos y crisis, pero aquí estamos. Logramos darle vuelta a la mano, educamos a los hijos y ahora disfrutamos lo que cosechamos.
Recién fui al kiosco y le compré un helado, ahora uno más pituco eso sí jaja, y cuando se lo pasé, me sonrió con la misma cara de esa niña de 16 años.
Así que ánimo, cabros. A veces el primer amor no se muere ni se acaba; a veces crece, madura y termina veraneando contigo toda la vida. ¡Salud por eso!
