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En trabajo dificil


Ser mamá de un niño con autismo (TEA) es la pega más solitaria del mundo.
Mi hijo tiene 6 años. Para ustedes, si lo ven en la calle, parece un niño 'normal'. Pero la procesión va por dentro. Nadie ve las noches sin dormir, las terapias carísimas que la Isapre apenas cubre, o la angustia de no saber qué le pasa cuando no puede hablar.
Ayer fui al supermercado y le dio una crisis sensorial. Mucha luz, mucho ruido. Se tiró al suelo a gritar y a pegarse en la cabeza. No es berrinche, es dolor.
Y ahí es cuando aparece lo peor de la gente. Una señora pasó por el lado, me miró con asco y dijo fuerte: 'A ese cabro lo que le faltan son un par de charchazos bien dados'.
Me tuve que tragar la rabia y las lágrimas, tomar a mi hijo en brazos (que pesa harto ya) y salir corriendo dejando el carro tirado.
Llegué a la casa agotada. Amo a mi hijo con la vida, pero pucha que cansa tener que luchar contra su condición y, encima, contra la ignorancia y la crueldad de la gente que opina sin saber.



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