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El patito feo...


Toda mi infancia me vendieron la pomada del 'Patito Feo'.
Yo era el cabro chico más 'piñufla' del curso: flacuchento, orejón, con los dientes chuecos y más encima, piti. Mi mamá, para consolarme cuando llegaba llorando del colegio, me sentaba y me leía el cuento. Me decía: 'Tranquilo hijo, tenga paciencia. Usted ahora es un patito feo, pero espere a pegar el estirón. Se va a convertir en un hermoso cisne y va a dejar a todos callados'.
Yo me aferré a esa esperanza como un náufrago. Pasé toda la media y la universidad esperando el milagro, la metamorfosis, el famoso 'glow up' que le dicen ahora. Me metí al gimnasio, usé frenillos, me compré cremas.
Bueno, tengo 35 años y les vengo a confirmar que la estafa fue grande.
Me miré al espejo hoy y caché la dura realidad: No me transformé en cisne. Simplemente crecí. Ahora soy un pato. Un pato feo, adulto, con guata y que se está quedando pelado.
Resulta que nunca fui un cisne perdido; era un pato charcha no más.



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