No hay plan B
Ya, mi confesión no tiene nada que ver con Navidad, pero es algo que me pasó hace años y que me dejó pensando...
Conocí a una mina en una práctica. Ella venía de una de esas familias con apellido de calle, de las que veranean en Zapallar y estudian en universidades donde el estacionamiento cuesta más que mi arriendo. Yo, en cambio, soy de una comuna del montón.
Salimos un par de veces. La cosa es que ella estaba obsesionada con mi 'mundo'. Me decía que lo encontraba 'auténtico', que quería 'conocer cómo vive la gente de verdad'.
Un día, la llevé a un supermercado del barrio, de esos con el piso gastado y las luces que parpadean. Yo estaba comprando lo de la semana, calculando cada peso. Ella, en cambio, miraba todo con una fascinación de turista, como si estuviera en un museo. Le sacaba fotos a las ofertas y se reía de los nombres de las marcas propias.
Después, fuimos a mi departamento. Es un lugar chico, en un block. A ella le pareció 'acogedor' y 'con carácter'. Le encantó que se escuchara la música del vecino y el ruido de la feria en la calle.
Ahí fue cuando me cayó la teja. Para ella, mi vida era un panorama de fin de semana. Un safari por la realidad. Si se aburría o la cosa se ponía difícil, ella podía simplemente llamar a su papá y volver a su burbuja, al silencio de su casa con jardín.
Yo no. Yo no tenía un 'plan B'. Esa bulla, ese supermercado, ese departamento... esa era mi vida, no un disfraz de 'persona común' que te pones para sentirte más interesante.
Esa noche, cuando la fui a acompañar a su casa gigante, entendí que nunca íbamos a entendernos. Ella quería jugar a ser como yo, sin entender que para mí esto nunca fue un juego...
