Es eslabón mas débil
Trabajo en una funeraria chica en la periferia de Santiago. Atiendo velorios, preparo salas y veo que haya café y asientos.
Una vez llegó el cuerpo de un cabro de veintitantos. Había muerto baleado en una esquina de la población. Todos sabían que estaba metido en narcotráfico, pero no era jefe, ni patrón, ni nada. Apenas uno más que “hacía los mandados”.
La familia contrató lo justo: una sala chica, flores pasadas que parecían de segunda mano. Vinieron su mamá, dos hermanas, un par de amigos. Afuera llegó primero un grupo de tipos en moto, haciendo ruido, con botellas en la mano. Después cayeron otros que no entraron: se quedaron fumando afuera, revisando los celulares a cada rato.
Adentro la mamá lloraba sin parar. Las hermanas trataban de acomodar una foto suya apoyada en el ataúd, una foto de carnet agrandada e impresa en papel común, que se caía a cada rato porque el marco era muy liviano.
Hubo un rato que la sala quedó casi vacía. Solo estaba el cuerpo al frente y yo en la puerta. Se escuchaban los motores de las motos afuera y las risas ahogadas...
El ataúd quedó a medio rodear con coronas baratas de plástico y unas dos botellas de bebida abiertas en la mesa. A las 5 de la mañana, la mamá seguía sentada, doblada sobre sí misma, mirando fijo el cajón sin decir palabra.
Yo miraba la escena, pero no había nada que hacer.
