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La florista...

Hola. Mi pega es súper piola, la verdad... Trabajo en una florería. Mi día a día es cortar tallos, limpiar pétalos y armar ramos que se vean bonitos. La gente cree que es una pega tranquila, casi terapéutica. Y a veces lo es.

Ustedes no se imaginan la cantidad de gente que entra y no sabe qué chucha quiere. El otro día llegó un gallo con cara de culpa y me dijo: Señorita, necesito un ramo que diga ‘perdón por haberme quedado jugando a la pelota con los cabros en vez de ir a la comida con tus papás’”...

¿Qué flores dicen eso? No le podía dar rosas rojas, porque eso es pasión, no es 'perdón, soy un pelotudo'. Terminé armándole un ramo con gerberas de colores, que son como alegres y dicen 'mira, soy simpático, no te enojes tanto'. Se fue feliz.

Pero la mejor fue una señora que quería un arreglo para la despedida de su jefa. Me dijo textual: “Quiero algo que se vea súper bonito y caro, pero que ojalá le dé alergia”... Les juro! Tuve que contenerme para no reírme. Le puse unos lirios preciosos, que son famosos por su polen, y le metí unas ramitas de una cuestión que pica si la tocas mucho. La clienta casi me dio un abrazo.

Mi pega es ser una especie de psicóloga con tijeras de podar. Tengo que leer la cara de la gente, entender el cahuín detrás de la petición y transformarlo en un mensaje con pétalos.

Así que si alguna vez reciben flores y sienten que les están tratando de decir algo súper específico, como 'gracias por prestarme plata aunque sabes que no te voy a pagar' o 'qué bueno que te cambias de oficina', probablemente pasaron por mis manos. Yo soy la que convierte el pelambre y la culpa en algo que se puede poner en un florero.



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