Dificil estar sin ti.
Tengo 25 años, pero desde hace tres meses siento dejé de vivir. Mi cuerpo sigue aquí, respirando, moviéndose, pero por dentro ya no queda nada. Perdí a la persona que era lo más importante para mí, mi mamá. No solo era mi mamá, era mi única familia, mi compañera. Éramos solo ella y yo. Contra todo y contra todos.
Esa noche nunca se me va a borrar. La recuerdo una y otra vez como si pudiera cambiar el final. Se quejó de un dolor en el pecho, pero como siempre, con esa ternura que le salía hasta en los peores momentos, me dijo que no me preocupara, que no era nada grave, “ es por la edad” decía ella… Me pidió que me acostara, que ella iba a estar bien. Pero yo no quise, me senté a su lado, le llevé tecito y me quedé tomándole la mano… Me quedé dormida abrazando esa mano.
Cuando abrí los ojos, su piel ya estaba fría, sus dedos ya no apretaban los míos. No lloré. No grité. Me quedé ahí, en silencio, sosteniéndola como si pudiera devolverle la vida solo con tocarla. No sabía qué hacer… Lo más cruel es saber que se fue callada, en silencio, sin despertarme, sin pedirme ayuda, porque como siempre no quería “molestarme”. Siempre tan preocupada de todos, siempre pensando primero en mí, hasta en su último respiro.
Desde ese día me duele y me cuesta respirar. Su lado de la cama quedó intacto. Su taza de té sigue en la cocina, como si en cualquier momento fuera a volver a tomarla (sí, claro..) Sus pantuflas aún están en la orilla de la cama, sus cosas siguen oliendo a ella, sus fotos me miran desde cada pared, y cada vez que llego del trabajo me olvido, solo por un segundo, que ya no va a estar abriendo la puerta para preguntarme si comí.
La casa se siente como un museo de recuerdos rotos. Mis noches son eternas y mis días pesan. Todo perdió el sentido.
Lo más triste es que en sus últimos días me decía que estaba cansada, que le dolía todo, pero que no se preocupaba, porque sabía que yo iba a estar bien. Qué ironía, no supo que el día que se fue, se llevó todo lo que yo era con ella.
Nadie te prepara para enterrar a la persona que te dio la vida. Nadie te enseña a respirar cuando el corazón se te queda muerto.
Y acá estoy, perdida, sola, en un mundo donde la única persona que me enseñó a vivir ya no está para enseñarme cómo sobrevivir a esto. A veces pienso que esa madrugada, cuando su corazón dejó de latir, el mío también. Solo que el mío no tuvo la suerte de detenerse.
Perdón, no tengo con quien más desahogarme…
