Pocas abuelas son asi.
No es que una espere justicia en la vida, pero al menos un poco de decencia, sobre todo cuando el jefe es tu abuela. Y no, no es chiste. Trabajo para mi abuela. No porque siempre hayamos tenido una relación entrañable tipo comercial de mantequilla, sino porque estaba sin pega, necesitaba plata, y justo ella necesitaba alguien que la llevara de un lado a otro a ver sus propiedades. Sí, porque la señora es como su propia corredora de propiedades, una mezcla entre Matilde Brandau y Doña Tremebunda. Tiene edificios, departamentos, casas, estacionamientos... y un ego como de veinte pisos también.
La historia con mi abuela nunca fue dulce. Ella nunca tuvo ningún afecto especial por mí ni por mis hermanos. Siempre tuvo esa frialdad con los hijos de su hija, o sea, mi mamá. Y ahí está la clave del entuerto. Mi abuela y mi mamá han tenido una relación de perros toda la vida. Ni siquiera perros que se toleran. Perros que se ladran de vereda a vereda. Y uno, como nieta entremedio, crece cachando esa tensión en el aire, como gas venenoso invisible.
La cosa es que mi mamá siempre fue muy apegada a mi abuelo (que en paz descanse), y mi abuela nunca soportó eso. A su parecer, mi mamá le 'robó' el carisma del viejito. Nunca fue abiertamente cruel con ella, pero la fue apagando con el tiempo. Y mi mamá, que es de esas personas buenas pero extremadamente inseguras, se fue haciendo cada vez más callada, más dudosa, más chiquitita. Como una plantita sin sol.
Todo esto yo lo intuía, pero se confirmó una tarde de verano, cuando iba manejando con la vieja al lado, camino a ver un departamento que tenía en arriendo. Venía de buenas, y de la nada me dice: 'Tu mamá nunca me cayó bien'. Así. Sin anestesia. Yo quedé para adentro, pero sin mostrarlo. Le dije: 'Abuela, eso se nota desde que soy niña. Siempre he sentido que usted quiere más a los hijos de sus otros hijos que a nosotros, los de mi mamá'. Y ella, sin arrugarse un segundo, me responde: 'Pero yo no les he hecho ningún daño'.
Ahí me saltó la teja. Porque una cosa es ser bruja, pero otra es ser negadora. Así que le solté con calma, pero con puntería: 'Abuela, ¿ha visto a mi mamá tratando de tomar una decisión? Es la persona más insegura que he visto en mi vida. Usted la ha apocado tanto que llegó a adulta sin saber hacer valer su opinión ni en lo más mínimo'.
Y bueno, hasta ahí nomás llegó mi trabajo. La vieja se ofendió. Dijo que yo la estaba atacando, que cómo era posible que la tratara así si ella me había dado trabajo. Que en realidad no necesitaba que la anduviera paseando en auto, que mejor se las arreglaba sola o contrataba a alguien que no la juzgara.
La ironía es que empezó a confiar en mí desde que empecé a ir a una iglesia sabatista. Según ella, ahora era 'más decente' y 'con valores'. Nunca pensó que tener valores incluía decirle las cosas en la cara.
Lo que me da rabia es que una, por ser nieta, se traga mil cosas. Aguanté sus desdenes, su frialdad, su favoritismo descarado con mis primos, su mirada siempre juzgona. Todo porque necesitaba lucas y pensé: 'Bueno, es familia, algo bueno saldrá'. Pero no. Al final, da lo mismo si es sangre o no. Jefe es jefe, y algunos tienen corona... y lanza.
En fin, ahora ando cesante otra vez. Pero por lo menos me saqué la espina. Porque una cosa es ser pobre, y otra es ser pobre y callada. Y ya no estoy pa' eso
