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Cerrando el círculo

Soy 'C'. Y no había querido -hasta ahora-, escribir esto.

Hace un tiempo atrás salió a la luz la historia del auditor, la chica en práctica y su mamá; que fue su amor de adolescencia.

No quiero ahondar en la historia; creo que esa ya muchos se la saben. Pero es linda, tierna, trágica y, hasta triste... para algunos.

Sólo vengo a comentar lo que pasó después de nuestra junta.

Llegué dispuesta a que todo se fuera a la cresta. Furiosa por la situación mas que con él. Aunque igual estaba enojada por haberme dejado sola sin ninguna explicación. Ya todo estaba en conocimiento, pero no dicho.

Dejé que él partiera la conversación con su explicación. Me contó, prácticamente, lo mismo que ya me había transmitido mi madre. Y ¡pucha! ¡Qué me costó ser parcial! Estaba tan enojada, pero no sabía, o no entendía, que tenía que serlo con él... o no.

De pronto, era hasta casi con la vida misma ese enojo. Mientras más hablaba, su sinceridad calaba tan profundo en mi corazón. Lo escuchaba y trataba de masticar esa fatal honestidad que sientes que te maltrata. Pero terminas agradeciéndola por ser tan transparente y, a la vez, tan directa. Que no sabes si la odias aun más, o la amas.

Viví tantas veces ese mismo relato a través de la voz de mi madre, que empecé a sentir un instinto paternal por mi 'auditor favorito'.

Y sí, tal vez, me embelecé por este hombre exitoso, seguro, sensible... bello; que lo único que yo quería -para hacerla corta en el relato-, sentir su sexo dentro de mi.

Mientras más hablaba, y mientras más lo miraba a los ojos, sentía una tremenda sensación de hacerlo mío. Fue así que, a mitad de la entrada de nuestra cena, se apoderó de mí otra mujer. Esa que no era yo, esa que no tenia la historia de mi mamá, sino que esa mujer empoderada, con un propósito de vida; con el afán de terminar una carrera; sin nombre ni apellido, ni parentescos limitantes ni lealtades familiares; sino que una mujer libre, consciente y 'sintiente' que sólo quería hacer a ese hombre mío. Me olvidé de los prejuicios laborales, personales y vivenciales... me olvidé de mi madre, y de mi p*ta existencia. Lo tomé de la mano, admiré su reloj, sus muñecas toscas y le hice una caricia en el anverso de su palma. Lo miré con todo el deseo que una mujer a sus 20 años pudiese sentir por un hombre de 38. Le dije: -no quiero escucharte, sólo hazme el amor-.

No voy a dar detalles de esa noche. Sólo diré que, hasta ahora, ha sido la mejor experiencia sexual y amorosa que he tenido en mi vida. Y que esos rasgos tan masculinos no los olvidaré jamás. Fui su mujer y él mi hombre. Y creo que con eso lo reflejo todo.

¿Final de la historia? Injustamente perfecta. Amo a Gabriel García Márquez y, volviéndolo a citar, los amores perfectos son siempre los amores inacabados. Después de esa noche no he vuelto a ver a Matías.

Hoy escribo estas líneas desde Melbourne. Me vine a hacer una pasantía y un diplomado en Gestión de Control. Mi 'auditor favorito' siempre me envalentonó con esto. ¡Y aquí estoy! Agradeciéndole.

Matías se quedó, felizmente, con mi madre. Creo que fue lo mejor y lo que estaba destinado para ellos. Persistentemente sentí y, con el tiempo lo pude corroborar, que siempre se amaron. Hacen una grandiosa pareja.

En lo personal, me saqué el 'gustito' de estar con él. Y en verdad me deja tranquila el hecho de que mi madre está con alguien que la hace feliz. Aunque creo que lo nuestro (el encuentro con Matías nunca lo sabrá).

Los detalles de esta historia siempre quedarán para mi. Mi mamá odia las R.R.S.S. y posiblemente nunca leerá esto. Y sé que Matías ya habrá lo habrá leído. (Te amo... y a mi mamá también).

Los veo para esta Navidad... Mañana tomo el avión.



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