Tejedor de sueños
Fueron miles los kilometros que anduve entre la escuela y mi casa. Durante cuarenta años en mi trayecto por los cerros en el sur, pude enseñar a casi mil alumnos y uno que otro repetido, me acompañaron una generación de alerces, cipreses y raulíes, árboles robustos y fuertes como mis niños.
Las sesiones superaron las nueve mil, descontando los cinco días que me enfermé en ese lapso. Así también, las aventuras fueron miles, alegrías, enojos, decepciones y rabietas fueron los matices del viaje.
Los oficios también fueron variados, la hice de albañil cuando ayude a construir la sala de clases que se cayó con algun terremoto, y de madera a concreto, fue accidentado pero también aprendí; fui amigo, doctor, cura, enfermero, loquero, papá, mamá, hermano, director... pero el que más gustó, fue ser profesor rural, el líder, el ejemplo, 'el profe'.
Allá en las montañas, donde el hambre es una fiel compañera, la miseria una almohada y los sueños... tan sólo eso, sueños. Es indispensable un tejedor de sueños, alguien que te obligue a tenerlos y te guíe hacerlos realidad. Esa es la razón de ser del profesor rural, su principal función, su vocación.
El estandarte es enseñar al niño a soñar, a volar y descubrir otros horizontes, sin atentar contra su identidad, sus costumbres y su cultura.
Lejos de ser una profesión, para mí fue un arte, un estilo de vida que requirió pasión, entrega y compromiso. Es el arte de moldear un ser vivo, no hacerlo a semejanza, sino acompañarlo a descubrir su carácter, su temple y su personalidad. Ser profesor, es regar la fantasía y la inocencia todos los días, verlas crecer y florecer en primavera; es la dicha más grande que pude tener en esta vida y doy gracias por ello.
Hoy, ya no puedo caminar más, aunque el alma me dice ve, mis piernas ya no tienen las fuerzas físicas que las impulsaban; y aunque mi corazón todavía late igual de fuerte, mi vista está cansada y sólo sombras alcanzo a divisar. Que terrible ironía entre el cuerpo y el espíritu, mientras el primero se arruga, éste último se fortalece.
Me duele no seguir, ahora que ya hay camino, que ya no es un salón sino tres y que el estambre de sueños es más largo... extraño mis montañas, mis niños y mis árboles.