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Cociendo las penas

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“Me inscribí a clases de costura solo por el café gratis... y terminé cosiendo los uniformes de un hospital.”

No tenía rumbo. Ni trabajo. Ni energía para buscar uno. Cada día era una batalla para levantarme y convencerme de que algo podía cambiar. Un día, mientras caminaba sin destino, vi un cartel pegado en una reja que decía: “Curso gratuito de costura básica. Incluye café y galletas.” No me importaba la costura. Me importaban el café... y sentir que no estaba solo.

Llegué con las manos en los bolsillos y el alma hecha trizas. Nadie preguntó por mi pasado. Solo me dieron una silla, una aguja, y un hilo. Me senté torpemente. No sabía ni cómo enhebrarla. Pero la señora que daba el curso —doña Carmen— me guiaba sin apuros. Tenía esa paciencia que dan los años... y el corazón roto también, creo.

Volví al día siguiente. No por la costura. Por el silencio. Por la forma en que el hilo parecía unir algo más que telas. Aprendí a remendar, a cortar patrones, a trabajar en equipo. Me empezaron a pagar por coser sábanas. Luego batas. Y un día, el hospital del barrio pidió ayuda para confeccionar uniformes. Dijeron que necesitaban manos... y yo, por primera vez, sentí que las mías servían para algo.

Hoy coordino ese pequeño taller. Enseño a otros lo que a mí me enseñaron sin pedirme nada. Algunos llegan por necesidad. Otros por refugio. Pero todos se van con algo que no esperaban: dignidad entre costuras.

“A veces el hilo que te salva no cose ropa... sino las partes de ti que creías rotas para siempre.”

Empety Mid.



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