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No todo es como lo pintan

Mi confesión parte el año 2006, cuando estaba estudiando Educación Parvularia en una Universidad en Concepción. Mis otras opciones eran Pedagogía en Inglés o Lenguaje, y aunque pareciera tonto, fue por vocación, no por puntaje. Siempre me gustó enseñar y también me encantan los niños; todos dicen qué tengo ese don especial que hace que los niños se lleven bien conmigo, y que heredé ese don de mi bisabuela, que también fue profesora.
Estaba en primer año y yo con todas mis ganas puestas en aprender para ser la mejor. Yo venía de una familia pobre y de un sector rural, así que estudiar para mí no fue fácil.

Mi primera práctica pedagógica fue en un colegio también bastante humilde. Su alumnado estaba compuesto por niños en riesgo social y de muy bajos recursos. Cada viernes me levantaba temprano, y caminaba media hora hasta la escuela de párvulos que la Universidad me había asignado, ya que yo no tenía los recursos para pagar dos pasajes desde mi casa a mi práctica. Ahí conocí a una Educadora llena de pasión por su trabajo y mucho amor por sus pequeños. Era casada con un abogado, sus hijos ya eran todos adultos y aún así ella trabajaba cada día para aportar su granito de arena. Muchas veces sacó de su bolsillo para costear materiales, para pagar impresiones a color (que el colegio no tenía) y para comprar esa bolsa de bombones que llevaba para compartir con sus 'pollos'. En ese curso (Kinder) vi a los niños tomarse su leche con ansias, compartir su colación, esperar su turno para usar el lápiz de color que necesitaban (ya que no alcanzaba para todos). Ni hablar de sala de computación, o de tecnología como el data o pizarra de plumones. Fui esa tia 'practicante' que jugaba con los niños a la pelota en el recreo y que se llenaba cada viernes los bolsillos con dibujos, con galletitas a medio morder, o con flores cortadas por los niños en el patio. Cuando llegó fin de 2do. semestre, mi práctica con ellos también terminaba. Junté mis vales de alimentación y fui a comprar dulces para regalarles de mi parte una bolsita a cada niño. De vuelta me llené de pancartas con dibujos, de abrazos apretados y de lagrimas de pequeñitos que me iban a extrañar. Estoy segura de que cada niño se fue con una lagrima mía de vuelta, porque la primera práctica jamás se olvida.

Llegó marzo del año siguiente, y también mi nuevo colegio para presentarme a las prácticas. Esta vez era un colegio 'católico' particular. Llegué con muchas ansias, ya que tenía en mi corazón el recuerdo de mi práctica anterior. Llegué a una sala donde algunos apoderados llegaban dando órdenes de cómo la educadora debía tratar a su hijo. Donde las tías le ponían y sacaban el delantal a los niños, donde las colaciones eran galletas y leches en cajita, o golosinas de marca. Donde ningún niño compartía su comida porque 'tú trajiste'. Donde se botaban a la basura lápices nuevos, porque no perdían tiempo sacándoles punta. Donde los niños te amenazaban 'si tú no me haces caso le voy a decir a mi papá para que te echen'. Niños que peleaban por la marca de los zapatos, o por el porte del auto del papá. Niños que jamás han visto la pobreza, se daban el gusto de botar medio paquete de galletas porque ya no tenían hambre. Donde muchas veces fui hasta sin desayuno porque no tenía ni uno $ para comprar. No se podía jugar con los niños en el recreo, porque las 'tías' estaban solo para cuidarlos. El patio era techado y con sueño de goma para que no se golpearon. No había tierra ni sol, porque ahí los niños no se podían ensuciar ni quemarse. No los podías abrazar para que no te trataran de 'abusadora'. Los niños no jugaban a la pelota porque podian transpirar. Las niñas no cortaban flores, porque el resto del patio estaba tapizado en cemento.

Llegó fin de semestre y también mi despedida. De un curso de 35 niños, solo dos niños se despidieron de mi, porque los otros estaban más ocupados peleando a quien lo iban a buscar primero... Le pregunté a la educadora si acaso ella era feliz ahí, y me dijo que a ella le pagaban por educar, no por ser feliz. Le pregunté por qué los niños eran tan fríos y me dijo 'a la mayoría los crían con nana, están acostumbrados a verte como empleada, porque saben que sus papás pagan para que ellos estén ahí'

Mi moraleja es la siguiente: un colegio puede tener exceso de recursos pero eso no les asegura la mejor educación, porque el amor, el respeto hacia nuestros pares, la solidaridad, la sencillez, y muchas otras cosas más no se aprenden pagando.

Me habría encantado haber sido un aporte a la educación de este país, pero lamentablemente por falta de recursos tuve que congelar mi carrera y dedicarme a trabajar...

Un abrazo!



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